Con la excepción de L’Alqueria Blanca, un éxito de público que ni sus creadores ni Canal 9 se esperaban (a Autoindefinits tampoco le fue mal, pero duró menos), lo cierto es que la ficción valenciana siempre ha tenido unos resultados muy modestos. Se ha invertido mucho dinero en series que luego quedaban muy por debajo de la media de la cadena, que ya de por si es muy baja. Aunque habia hambre atrasada de ficción en nuestra lengua, el público terminaba prefiriendo otras ofertas en las grandes cadenas generalistas.
¿Los nuestros eran un producto peor? No lo creo. Los medios de producción, sin llegar al nivel de Los Soprano, no estaban por debajo de otras series de Antena 3 o Tele 5. Nuestros guionistas y actores no son malos. De hecho, a unos y a otros, se les llama con frecuencia para trabajar fuera. Están, por así decirlo, dentro del “standard de calidad” vigente en el conjunto del país.
Pero, viendo la mayoria de las series locales, no puedo dejar de sentir, como espectador, un nosequé que me resulta forzado, antinatural, molesto incluso… o mejor dicho, no viendo sino escuchando. Es una opinión muy personal, pero a mi me echan para atrás los diálogos. Rara vez me parecen naturales. A sus veinte años de funcionamiento, la ficción valenciana no ha conseguido crear un modelo lingüístico satisfactorio.
Por ley, las televisiones autónomas, en las comunidades con lengua propia diferente del castellano, tienen como misión contribuir a la normalización de ésta lengua. Todos sabemos del incumplimiento sistemático de este mandato legal en Canal 9 y no insistiré más en ello. Pero, quizá para compensar este incumplimiento, allá donde el valenciano es aún la lengua de trabajo, con frecuencia nos encontramos con el polo opuesto: una actitud excesivamente purista, que, en mi opinión, tampoco nos lleva a ninguna parte.
Canal 9 tiene desde su fundación un departamento de Asesoria Lingüistica. Su cometido principal debe ser el ayudar a fijar un modelo de lengua moderno, útil y correcto: un departamento que sirva de apoyo a todos los que escribimos para la cadena. En la práctica, el paso de nuestros originales por las manos del corrector, aún para los que tenemos un dominio del idioma propio nada despreciable, lo hemos vivido siempre como un momento de terror. Es una putada recibir un guión lleno de anotaciones en rojo cuando estás ya a punto de entrar en la sala de sonorización y llevas los plazos ya muy apretados. Ningún problema si se trata de corregir alguna falta de ortografia, algun fallo de sintaxis… pero lo grave era cuando la corrección te destrozaba un chiste o le quitaba toda la segunda intención a una frase.
Todos tenemos anécdotas en este sentido. Yo recuerdo haber introducido en un guión de documental, como cita literal tal cual, una copla popular que se salía de la normativa. Al devolverme el guión pasaban olimpicamente del hecho de que fuese una mera cita literal – y de su origen popular- y me la corregían, con lo cual la métrica y la rima de la copla se esfumaban. Y con ellas toda la chispa que se le intentaba dar a ése momento. Y como su dictamen era innegociable e inapelable… tenias que inventarte otra cosa mientras dejabas al locutor y al técnico de sonido esperando y al productor mirando el reloj nervioso.
Así que, paradoja, profesionales que sabemos y queremos escribir en nuestra lengua, nos sentiamos aliviados cuando nos llamaban para trabajar en un programa y nos decian que era en castellano. Al menos nos evitaríamos uno de los trámites más enojosos de la casa.
Pero más allá de la molestia personal que me pudiese causar, entiendo que también el producto se ha resentido y mucho por esta intransigencia. El modelo lingüístico vigente resulta distanciador para muchos espectadores, que no se reconocen en él. Y resulta castrante para el escritor porque nos priva de recursos dramáticos básicos.
Por una parte se ha pretendido crear un habla completamente neutra, en la que no debe manifestarse ninguna variedad dialectal. Las comarcas no existen, un personaje de las montañas de Castelló no podia decir: “Corríe que volae”. Hace muchos años la Asesoria no dió el plácet a un estupendo actor de teatro (y ayudante de dirección de Albert Boadella en varios montajes de Els Joglars) porque se le notaba demasiado que era de Gandia. ¡Qué pecado! Por esa parte perdemos riqueza y conocimiento.
Pero lo que más me preocupa como guionista es que perdemos herramientas de caracterización. Aristóteles, en su siempre útil Poética, avisaba: que el viejo hable como viejo y el joven como joven. Este mismo principio fue recogido en la Poética de Horacio, refieriendose a él como Decorum, que significa adecuación. El modelo lingüístico de la ficción valenciana es sumamente “indecoroso”, pues. Todos los personajes, sea cual sea su educación, su medio cotidiano, sus origenes y clase social hablan exactamente igual. Todos parecen haber aprobado el Grau Superior de la Junta Qualificadora. O el Mitjà, como mínimo. Y una lengua tan primorosamente lavada, planchada y almidonada es falsa. Y es dramáticamente coja. Para la ficción en general y, muy especialmente, para la comedia.
No reivindico el costumbrismo a la vieja usanza, a lo Paco Martinez Soria o Juanito Navarro. El que un personaje hable “mal” es un pobre recurso de comicidad. La gracia debe estar en otra parte: en lo que le pasa, lo que hace, en los berenjenales en que se mete. No en que diga cocreta en vez de croqueta. Pero sí necesito que hable “mal” – o al menos con naturalidad y sin academicismos- por una pura razón de credibilidad del personaje. O para poder marcar contrastes. O para evitarme explicaciones: ¿qué mejor manera de decir “yo no fui al colegio” que delatarse por su manera de hablar y no tener que contarlo por diálogo? En una serie valenciana actual sé quien es el labrador y quien el abogado porque uno lleva boina y el otro corbata. Pero si cierro los ojos y simplemente escucho no tengo ningún elemento que me permita distinguirlos. La ultracorrección lingüística ha pasado como una apisonadora por encima de todos los matices. Lo que queda al final es un chiste de D. Pío contado por el Rector de la Universidad: nada.
Creo que una de las claves del éxito de la Alqueria ha sido precisamente alejarse de esta actitud fundamentalista. Aún conserva algunos resabios: no entiendo porque el diminutivo de vermut ha de ser vermudet y no vermutet, pero sí ha introducido suficientes elementos “heterodoxos” que han ayudado a calar en el público. Los índices de audiencia -santa palabra- les permiten a sus guionistas – yo fui uno de ellos durante un tiempo – “desoír” el hasta ahora indiscutible criterio del asesor. Antes cité tambien Autoindefinits. En este caso se iban al lado contrario: “Ací no em caben totes les meues cintes de video Vé Hac Esa”. Por eso, perdona Chon, no la veía a gusto.
La lengua hay que cuidarla y respetarla. Pero para la ultracorrección ya están las locuciones de documentales e informativos. En la ficción, y más aún en la ficción cómica, necesitamos modelos más vivos, menos encorsetados. Entre otras cosas le evitaremos momentos de “atragantamiento” a los actores, cuando tienen que vérselas con frases muy conformes a la norma pero artificiosas. Y porque el peor favor que se le puede hacer a la supervivencia del valenciano es que cambiemos a Antena 3 o Tele 5, porque nos creemos más a sus personajes, porque “ellos sí hablan como nosotros”.
Acabo el post con un fragmento de una serie que me hizo disfrutar muchísimo: Lo Cartanyà, de TV3. Esta ambientada en un pequeño pueblo de la Franja y en ella se ha asumido el habla de la comarca sin ningún tipo de complejos. Me parece una estupenda demostración de que el amor a una lengua se manifiesta con el uso alegre y desenfadado, cotidiano, mucho mejor que blandiendo el lápiz rojo a todas horas.
¿Los nuestros eran un producto peor? No lo creo. Los medios de producción, sin llegar al nivel de Los Soprano, no estaban por debajo de otras series de Antena 3 o Tele 5. Nuestros guionistas y actores no son malos. De hecho, a unos y a otros, se les llama con frecuencia para trabajar fuera. Están, por así decirlo, dentro del “standard de calidad” vigente en el conjunto del país.
Pero, viendo la mayoria de las series locales, no puedo dejar de sentir, como espectador, un nosequé que me resulta forzado, antinatural, molesto incluso… o mejor dicho, no viendo sino escuchando. Es una opinión muy personal, pero a mi me echan para atrás los diálogos. Rara vez me parecen naturales. A sus veinte años de funcionamiento, la ficción valenciana no ha conseguido crear un modelo lingüístico satisfactorio.
Por ley, las televisiones autónomas, en las comunidades con lengua propia diferente del castellano, tienen como misión contribuir a la normalización de ésta lengua. Todos sabemos del incumplimiento sistemático de este mandato legal en Canal 9 y no insistiré más en ello. Pero, quizá para compensar este incumplimiento, allá donde el valenciano es aún la lengua de trabajo, con frecuencia nos encontramos con el polo opuesto: una actitud excesivamente purista, que, en mi opinión, tampoco nos lleva a ninguna parte.
Canal 9 tiene desde su fundación un departamento de Asesoria Lingüistica. Su cometido principal debe ser el ayudar a fijar un modelo de lengua moderno, útil y correcto: un departamento que sirva de apoyo a todos los que escribimos para la cadena. En la práctica, el paso de nuestros originales por las manos del corrector, aún para los que tenemos un dominio del idioma propio nada despreciable, lo hemos vivido siempre como un momento de terror. Es una putada recibir un guión lleno de anotaciones en rojo cuando estás ya a punto de entrar en la sala de sonorización y llevas los plazos ya muy apretados. Ningún problema si se trata de corregir alguna falta de ortografia, algun fallo de sintaxis… pero lo grave era cuando la corrección te destrozaba un chiste o le quitaba toda la segunda intención a una frase.
Todos tenemos anécdotas en este sentido. Yo recuerdo haber introducido en un guión de documental, como cita literal tal cual, una copla popular que se salía de la normativa. Al devolverme el guión pasaban olimpicamente del hecho de que fuese una mera cita literal – y de su origen popular- y me la corregían, con lo cual la métrica y la rima de la copla se esfumaban. Y con ellas toda la chispa que se le intentaba dar a ése momento. Y como su dictamen era innegociable e inapelable… tenias que inventarte otra cosa mientras dejabas al locutor y al técnico de sonido esperando y al productor mirando el reloj nervioso.
Así que, paradoja, profesionales que sabemos y queremos escribir en nuestra lengua, nos sentiamos aliviados cuando nos llamaban para trabajar en un programa y nos decian que era en castellano. Al menos nos evitaríamos uno de los trámites más enojosos de la casa.
Pero más allá de la molestia personal que me pudiese causar, entiendo que también el producto se ha resentido y mucho por esta intransigencia. El modelo lingüístico vigente resulta distanciador para muchos espectadores, que no se reconocen en él. Y resulta castrante para el escritor porque nos priva de recursos dramáticos básicos.
Por una parte se ha pretendido crear un habla completamente neutra, en la que no debe manifestarse ninguna variedad dialectal. Las comarcas no existen, un personaje de las montañas de Castelló no podia decir: “Corríe que volae”. Hace muchos años la Asesoria no dió el plácet a un estupendo actor de teatro (y ayudante de dirección de Albert Boadella en varios montajes de Els Joglars) porque se le notaba demasiado que era de Gandia. ¡Qué pecado! Por esa parte perdemos riqueza y conocimiento.
Pero lo que más me preocupa como guionista es que perdemos herramientas de caracterización. Aristóteles, en su siempre útil Poética, avisaba: que el viejo hable como viejo y el joven como joven. Este mismo principio fue recogido en la Poética de Horacio, refieriendose a él como Decorum, que significa adecuación. El modelo lingüístico de la ficción valenciana es sumamente “indecoroso”, pues. Todos los personajes, sea cual sea su educación, su medio cotidiano, sus origenes y clase social hablan exactamente igual. Todos parecen haber aprobado el Grau Superior de la Junta Qualificadora. O el Mitjà, como mínimo. Y una lengua tan primorosamente lavada, planchada y almidonada es falsa. Y es dramáticamente coja. Para la ficción en general y, muy especialmente, para la comedia.
No reivindico el costumbrismo a la vieja usanza, a lo Paco Martinez Soria o Juanito Navarro. El que un personaje hable “mal” es un pobre recurso de comicidad. La gracia debe estar en otra parte: en lo que le pasa, lo que hace, en los berenjenales en que se mete. No en que diga cocreta en vez de croqueta. Pero sí necesito que hable “mal” – o al menos con naturalidad y sin academicismos- por una pura razón de credibilidad del personaje. O para poder marcar contrastes. O para evitarme explicaciones: ¿qué mejor manera de decir “yo no fui al colegio” que delatarse por su manera de hablar y no tener que contarlo por diálogo? En una serie valenciana actual sé quien es el labrador y quien el abogado porque uno lleva boina y el otro corbata. Pero si cierro los ojos y simplemente escucho no tengo ningún elemento que me permita distinguirlos. La ultracorrección lingüística ha pasado como una apisonadora por encima de todos los matices. Lo que queda al final es un chiste de D. Pío contado por el Rector de la Universidad: nada.
Creo que una de las claves del éxito de la Alqueria ha sido precisamente alejarse de esta actitud fundamentalista. Aún conserva algunos resabios: no entiendo porque el diminutivo de vermut ha de ser vermudet y no vermutet, pero sí ha introducido suficientes elementos “heterodoxos” que han ayudado a calar en el público. Los índices de audiencia -santa palabra- les permiten a sus guionistas – yo fui uno de ellos durante un tiempo – “desoír” el hasta ahora indiscutible criterio del asesor. Antes cité tambien Autoindefinits. En este caso se iban al lado contrario: “Ací no em caben totes les meues cintes de video Vé Hac Esa”. Por eso, perdona Chon, no la veía a gusto.
La lengua hay que cuidarla y respetarla. Pero para la ultracorrección ya están las locuciones de documentales e informativos. En la ficción, y más aún en la ficción cómica, necesitamos modelos más vivos, menos encorsetados. Entre otras cosas le evitaremos momentos de “atragantamiento” a los actores, cuando tienen que vérselas con frases muy conformes a la norma pero artificiosas. Y porque el peor favor que se le puede hacer a la supervivencia del valenciano es que cambiemos a Antena 3 o Tele 5, porque nos creemos más a sus personajes, porque “ellos sí hablan como nosotros”.
Acabo el post con un fragmento de una serie que me hizo disfrutar muchísimo: Lo Cartanyà, de TV3. Esta ambientada en un pequeño pueblo de la Franja y en ella se ha asumido el habla de la comarca sin ningún tipo de complejos. Me parece una estupenda demostración de que el amor a una lengua se manifiesta con el uso alegre y desenfadado, cotidiano, mucho mejor que blandiendo el lápiz rojo a todas horas.