jueves, 20 de noviembre de 2008

La vuelta al cole con Fellini

En ocasiones una escena aislada de una película tiene tanto éxito que se convierte en el icono del film entero y eclipsa otros momentos no menos interesantes. Del Amarcord de Fellini recordamos sobre todo la escena de la tetuda (es incluso el motivo del cartel), pero si la revisamos, acabo de hacerlo recientemente, nos damos cuenta que contiene muchas más joyas. Me gustaría llamar la atención sobre la secuencia del colegio.

A los chavales de ahora puede parecerles marciana. Yo pertenezco a la última promoción del plan del 57, extinguido tras la entrada en vigor de la Ley General de Educación promovida por el ministro Villar Palasí y aprobada en 1969. Fuí alumno de los escolapios, desde primero de primaria hasta C.O.U. Y aunque la escena representa los años 40 italianos, no deja de resultarme una vivencia familiar. Aqui la tenéis:



Dejando aparte la nostalgia -hasta los peores recuerdos se vuelven dulces con los años - me gustaria comentar un par de cosillas desde el punto de vista cinematográfico. La escena, además de divertida, tiene su miga.

En primer lugar me rindo ante el talento de estos dos secundarios, de los que desgraciadamente ignoro el nombre. No tienen más papel en el film que estos breves segundos. Pero son unos segundos magistrales. Sirva este post como homenaje a ellos. Ya he dicho en otra parte que por pequeño que sea un papel no es bueno confiarlo al primero que pase por allí. El casting hay que cuidarlo hasta para estas secuencias tan "humildes". Pero hay mas...

Los manuales de guión definen el subtexto como aquello de lo que realmente trata la escena, más allá de lo que se dice o hace en ella. No nos importa en que año se retiró Agripina, ni por que fué importante Giotto en la pintura italiana. Lo que estamos viendo es una crónica viva del tedio, que asalta por igual a alumnos y profesores.

La presencia de un subtexto es enriquecedora no porque complique los significados ocultándolos tras lo que se ve en escena sino porque es la parte "interpretable". Un actor sin subtexto no tiene nada que aportar. Simplemente recita el texto sin tropezar con los muebles, como sugeria Spencer Tracy. Pero su trabajo cobra todo el sentido cuando, bajo las palabras y las acciones explicitadas en la pantalla o en el escenario, hay otra cosa: algo que sólo aflorará con su buen hacer. Ni el director ni el guionista pueden sustituir esa chispa, tan sólo han de procurar crearle estas ocasiones. En esta escena ni Agripina ni Giotto pintan gran cosa. No es de eso de lo que nos habla Fellini. Don federico era un genio, pero en muchos momentos su genialidad reposa sobre el trabajo de otros genios anónimos, como estos dos grandísimos actores que interpretan a los maestros.

El otro punto que merece la atención es el delicado juego gestual de que se sirve Fellini para obligarnos a mirar la pantalla. Hay tanto suspense en esa ceniza -¿caerá? ¿no caerá? - como en los mejores momentos de Hitchcock. Y el ir y venir del bizcocho... simplemente magistral.

He vuelto a disfrutar de Amarcord, después de años sin verla. Y me he convencido, un poco más aún de lo que ya lo estaba, de la importancia de un casting bien hecho.

Canal 9: La parte contratante de la primera parte

Ya hemos hablado en otro post del programa de Canal 9 Parlem clar. Se trata de un supuesto espacio de debate que, en la práctica, es poco más que el órgano de agitación y propaganda del PP valenciano. El programa ha sido reiteradamente denunciado por su uso descaradamente partidista de un recurso publico como es una TV pagada por todos.

Si en sus contenidos el programa no hace honor a su nombre (Parlem clar significa Hablemos claro), en su gestión tampoco. Los dirigentes de RTVV han declarado confidenciales las retribuciones de los colaboradores del programa. La argumentacion responde un motivo recurrente en la administración valenciana: las operaciones mercantiles no son de dominio público y están amparadas por el principio de confidencialidad. Lo mismo que se dijo en su momento en el hemiciclo de las Cortes Valencianas para negar a la oposición los detalles del contrato de la Generalitat con Julio Iglesias, asunto por el que varios dirigentes del IVEX terminaron sentados en el banquillo de los acusados.

Nada que objetar si las dos partes del contrato fuesen empresas privadas. A mi, si fuese diputado, no se me ocurriria pedir en el Congreso copia de los contratos entre Tele 5 y Gestmusic, por poner un ejemplo. Pero da la casualidad que RTVV es una empresa pública en la que se entierran cada año muchos millones de euros salidos del bolsillo de los contribuyentes valencianos. ¿Qué un contrato sólo interesa a las partes que los susbriben? De acuerdo... pero resulta que, via impuestos, yo tambien formo parte de "la parte contratante de la primera parte". Son contratos firmados en mi nombre, como contribuyente que soy. Y que deseo sean, tambien como pagano que soy, fiscalizados en un foro al que yo tenga acceso. El parlamento valenciano, por ejemplo.

Canal 9 lleva años recurriendo a la concertación de programas con productoras externas y, pagando por ello, unos costes mucho más altos de lo que supondría la producción propia. Es más, pagando muy por encima de lo que es normal en este mercado. Como uno más de los millones de ciudadanos que somos en este asunto "la parte contratante de la primera arte" exijo un minimo de transparecia. Parlem Clar... ¿Hablemos claro? Si, hablemos claro también de mi dinero.

Y para rebajar un poco el cabreo y terminar el post con una sonrisa, me remito a la madre de todas las partes contratantes de la primera parte. Groucho, si algún dia resucitas... pásate por Valencia.

martes, 18 de noviembre de 2008

Si, ya sé que es cartón-piedra... ¿y qué?

Desde muy jovencito la montaña ha sido una de mis pasiones. Las he subido bajas, medianas, altas y hasta muy altas. Conozco el Pirineo casi valle por valle. Tambien he andado por los Alpes y el Himalaya. He soñado con muchas montañas. Algunas terminé vistándolas y aún escalándolas. De otras tengo memorizada cada roca a base de quedarme embobado mirando su fotografia.

Pero con tanta montaña de verdad como hay en mis recuerdos, resulta curioso que aún me siga fascinando una montaña más falsa que un duro sevillano: el Monte Mutia, situado el algún lugar de la selva africana. Más allá de su cumbre se encuentra la selva en la que Tarzán y la Mona Chita viven tan felices, sin sospechar que Jane va a entrar en sus vidas.



Es una montaña imposible, hecha de cartón piedra. Pero me impresionó tanto de niño... que me queda la duda de que acaso mis andanzas por las montañas de verdad no sean otra cosa que la búsqueda inconsciente de aquel recuerdo infantil. Aún antes de que los viajes - menos de los que yo hubiese querido - ensanchasen mi idea del mundo, las sesiones en el cine de mi barrio (cinco pesetas tres películas)ya me habian dejado ver - y desear- algunas de las maravillas que algún dia podria conocer.

¿Y a mi que más me da que aquel fuese un paisaje de cartón piedra? Para mi era real. Y cosa curiosa... el Cerro Torre, el impresionante Cerro Torre de verdad, el de la Patagonia, el que aparece en Grito de piedra de Werner Herzog... aún visto de mayor y sabiendo que es el auténtico, acabó por parecerme un mal efecto especial. Quizá la diferencia no esté en los materiales con que se construye el decorado, sino en el gancho de la propia historia. Y Tarzán, que sigue siendo una obra maestra, tiene mucho más gancho que aquel bodrio pretencioso rodado en la auténtica Patagonia.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Poesia para guionistas: Edgar Lee Masters



La primera persona que me habló de Edgar Lee Masters fué mi buen amigo el poeta y profesor Pere Bessó, hará ya unos veinte años, en una de nuestras larguísimas noches de copas en el Barrio del Carmen de Valencia. Son muchos los descubrimientos literarios que le debo a Pere, pero éste es uno de los más afortunados.

E.L. Masters fué un periodista y poeta que trabajó en Chicago a principios del siglo XX. Se le recuerda sólo por un gran libro (el resto es obra menor): La Antología de Spoon River. Desde la primera lectura me ha acompañado como libro de cabecera al que vuelvo con frecuencia. Y que recomiendo siempre que se pone a tiro algún posible lector.

¿Y qué tiene que ver esto con los guiones? Se tiende a pensar que el género literario más próximo al cine es la novela, aunque muchas novelas - y no de las malas -son antivisuales desde la primera a la última página. En cambio vemos la poesia como un género ajeno a la narración audiovisual, un mero entretenimiento para neuróticos devoradores de palabras. Y no es así necesariamente. Hay poetas con una capacidad admirable para generar imágenes y además encadenarlas en una dramaturgia impecable. Uno de ellos es Edgar Lee Masters.


La Antologia de Spoon River es una selección ficticia de los epitafios del cementerio de la pequeña ciudad imaginaria de Spoon River. Son poemas breves en los que la voz del muerto hace balance, en muy pocas líneas, de su vida y su tiempo. Hay entre ellos lamentos, gritos, bromas, ironias, reflexiones, paradojas... y todos juntos componen un retrato fantástico de su sociedad y su época, a la manera de una Divina Comedia de los años 20. Tambien remite a los clásicos catálogos de "caracteres" que de siglo en siglo reaparecen en la literatura (Teofrasto, La Bruyère...).

La Antologia permite además un estímulante juego. Dado que muchos de los difuntos eran en vida parientes, amigos, rivales políticos o de negocios... sus epitafios, leídos en grupo, dicen mucho más de lo que dicen individualmente. Nada es tan sencillo como lo cuenta cada uno de los protagonistas. Es un libro que resulta trememendamente humano,incluso tierno o conmovedor, a la vez que divertido y muy irónico. Muy recomendable para cualquier lector exigente en general. Y para guionistas en particular.

Ya he contado en otro post la gran sorpresa que me llevé cuando Jorge Goldenberg nos propuso a los asistentes a un seminario un ejercicio práctico. Al repartir las fotocopias con el material de base para el ejercicio resultaron ser poemas de la Antología de Spoon River. Así que me alegró mucho comprobar que esto que ahora os propongo no es una tonteria exclusivamente mia, sino que hay al menos otro loco que la comparte.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Lisboa: Alain Tanner, Wim Wenders y yo...



Lo malo que tienen los sueños que nos quedan más a mano es que siempre los dejamos para después. Total, son fácilmente alcanzables... De repente, después de haber andado por media Europa, Asia y Sudamérica, me doy cuenta de que aún me falta pisar Lisboa. Así que este verano decidí no aplazarlo por más tiempo y me planté allí.

En mi vida hay ciudades que ocupan un lugar muy especial. No tanto por lo vivido en ellas sino por cuánto las he soñado aún sin conocerlas. Lisboa empezó a significar algo para mi muy pronto, un lejano 25 de abril del 74. Aún era un adolescente, con las ideas no muy claras, pero sí inclinadas hacia la izquierda (y así siguen). Aquellas imagenes de los fusiles y los claveles me emocionaron entonces y me siguen emocionando ahora.

Aquella revolución me hizo un regalo personal: la voz de José Afonso. Y no es la única música que me ha acompañado en esas madrugadas en que me pongo sentimental: el fado siempre ha estado presente en algunas de las mejores entre esas horas. Como Pessoa o Eugénio de Andrade. Así que... pisar Lisboa era como volver a visitar algunos de los rinconcitos de mi propio corazón.

Una mañana caminaba por una calle estrecha recorrida por una empinada escalera. Cuando vi la placa que decia: Rua da Mouraria el corazón me dió un vuelco. Aquella es la calle que da título a una de las más hermosas canciones de Amalia Rodrigues. No me atreví a sacar la cámara para fotografiarla, el vecindario me parecia muy poco recomendable para exhibir objetos de valor. Almenos, aunque yo tenia una pinta de turista inconfundible, me tranquilizaba la compañia de mi perra, una enorme pastor belga con una dentadura impresionante.

Pero aparte de este detalle menor encontré la ciudad tan fascinante como la esperaba. Decadente sin dar lástima, impresionante aún en su sencillez. Y creo que el mundo ofrece pocos espectaculos tan magníficos como el estuario del Tajo, mas allá de sus tejados rojos. Para mi hija, lo más soprprendente los tranvías, desparecidos de nuestra ciudad hace 40 años.

El Chiado me decepcionó un poco, aunque tengo en cuenta que un gran incendio lo arrasó hace 20 años. La Baixa es muy entretenida y llena de tiendas y restaurantes. Pero la Alfama... creo que allí reside la auténtica alma de la ciudad. O al menos de aquella parte que mejor conecta con la mia.

El cine también ha contribuido a mi sueño de Lisboa. La primera película fué En la ciudad blanca, de Alain Tanner, que me descubrió además a un magnífico actor: Bruno Ganz. Más tarde he podido disfrutar de su trabajo en Cielo sobre Berlin y El hundimiento.

Pero la película que mejor permite disfrutar de las calles de Lisboa, aunque ya la descubrí despues del viaje, es una inclasificable obra de Wim Wenders: Lisbon Story. Su trama es muy endeble, aunque tampoco termina de ser un documental. Es más bien una película-excusa, para darse el gusto de rodar en una ciudad tan agradecida para la cámara y de paso disfrutar de algunas ayudas oficiales, por aquello de la promoción. Pero encantadora de ver. La presencia de Madredeus es estimulante para los amantes de la música portuguesa, aunque narrativamente es un pegote oportunista. Sí se agradece el cameo del anciano cineasta Manoel de Oliveira, lleno de sentido. Y el personaje protagonista, un veterano técnico de sonido con una pierna rota, acaba resultando absolutamente entrañable, el tipo con el que a todos nos gustaria tomar una copa en alguna terraza frente al Tajo. Ahi lo teneis:

jueves, 6 de noviembre de 2008

¿Era Otelo celoso? Tramas y personajes



De vez en cuando, en manuales y cursos, me encuentro con la pregunta -yo diria que escolástica- de si aquello que le da entidad a una historia son los hechos o los personajes que los viven. Pero... ¿existen los personajes fuera de las historias? Yo diria que no... que van indisolublemente unidos. Claro que hay excepciones...

En las historias de género, especialmente si son seriadas, sí podemos encontrar una cierta preexistencia del personaje. James Bond o Indiana Jones existen como personajes aún antes de vivir su próxima entrega. ¡Pero a qué precio!. Estan condenados a ser iguales a si mismos: Bond, por muchos matices que le incorporen los distintos actores que lo han interpretado, siempre será el mismo: un héroe que basa su éxito en tres factores: su indudable valor, su capacidad de seducción y los prodigiosos recursos técnicos que le proporciona el laboratorio. Pero está condenado a no cambiar, a no aprender nada sobre si mismo... no experimenta el famoso "arco de transformación" que le da densidad a un personaje. Y lo mismo podemos decir de Sherlock Holmes, de Harry el Sucio o de Homer Simpson. En estos casos las tramas son la excusa para volver a poner en circulación al protagonista periódicamente. Pero siempre reaccionará ante los retos que se le van a plantear haciendo honor a la caracterización que vienen arrastrando de una historia a otra. Y su personalidad, su visión del mundo, permanece desde la primera escena hasta la última. ¿Funciona siempre asi? Afortunadamente no. Vamos a repasar un poco a Shakespeare...

¿Podriamos decir que Otelo es celoso?. Incluso el arquetipo de celoso, de la misma manera que Bond es el valiente y seductor por antonomasia. Pues no lo es, aunque termine matando por celos. La tragedia de Shakespeare es una muestra perfecta de cómo personajes y tramas no pueden existir separadamente en otro tipo de historias. Precisamente en aquellas historias con una mayor densidad humana.

Otelo no es ni más ni menos celoso de lo que en principio lo somos la mayoria de la población. Ama a Desdémona y es un marido feliz. Esto es lo que percibimos en los primeros momentos de la obra. Si Shakespeare hubiese querido llamarnos su atención sobre su carácter celoso lo habria hecho y pronto. Si nos ha mostrado desde el principio a Falstaff como borrachin, a Macbeth como calzonazos dominado por su mujer... ¿porqué nos oculta este rasgo de Otelo? Porque este carácter celoso no existe de entrada, sino que se va creando a medida que avanza la acción.

Para empezar, desde la estricta teoria dramática, el protagonista de Otelo no es el propio Otelo. Protagonista es aquel que desea algo y pone en marcha las acciones necesarias para conseguirlo. Y ahí arranca todo. Otelo es un sufridor pasivo de Yago y sus argucias. Éste es el auténtico protagonista. Yago sí tiene unos motivos y hace y deshace para lograrlos. Y no encuentra mejor manera de vengarse de los agravios supuestamente recibidos de parte de Otelo que sembrar sus dudas acerca de la fidelidad de Desdémona.

Así, la sinopsis de Otelo no es: Marido celoso mata a su mujer. Este argumento no tendria gran interés. Si él es tan celoso y obtiene pruebas de la infidelidad... pues la cosa acaba como acaba. Se veía venir que un dia u otro iba a pasar lo que pasó: que Otelo estranguló a Desdémona. Nada sorprendente y menos aún visto desde el modelo de relación hombre-mujer aún vigente en el Renacimiento. Dudo mucho que una historia así hubiese conservado su interés con el paso de los siglos, más allá de la arqueologia literaria.

Pero si la historia de Otelo sigue conservando su fuerza hoy es porque su verdadera sinopsis es otra: Otelo nos cuenta la historia de cómo el corazón de un hombre que vive en paz puede ser deliberadamente envenenado por sus enemigos. Y eso pasaba entonces y sigue pasando hoy. Más allá de las anécdotas concretas de que se sirve el autor, el tema de la pérdida de la paz interior, del derrumbe de nuestros afectos y confianzas sigue siendo un tema vivo.

Concluyendo: Otelo no es celoso, a Otelo lo hacen celoso las maquinaciones de su enemigo. El personaje se ha transformado a medida que le iban sucediendo cosas. Y finalmente acaba aprendiendo una verdad terrible sobre si mismo: ha sido injusto con Desdémona y, horrorizado, se suicida.

¿Quien puede separar en esta historia tramas y personajes? Otelo nos demuestra que en las historias verdaderamente grandes, a diferencia de los meros entretenimientos, ambos conceptos forman una unidad inseparable y el uno estira del otro para que la historia avance. Y esto convierte cualquier disputa sobre la supremacia de uno u otro en lo que deciamos al principio: una pura pregunta escolástica.