Desde muy jovencito la montaña ha sido una de mis pasiones. Las he subido bajas, medianas, altas y hasta muy altas. Conozco el Pirineo casi valle por valle. Tambien he andado por los Alpes y el Himalaya. He soñado con muchas montañas. Algunas terminé vistándolas y aún escalándolas. De otras tengo memorizada cada roca a base de quedarme embobado mirando su fotografia.
Pero con tanta montaña de verdad como hay en mis recuerdos, resulta curioso que aún me siga fascinando una montaña más falsa que un duro sevillano: el Monte Mutia, situado el algún lugar de la selva africana. Más allá de su cumbre se encuentra la selva en la que Tarzán y la Mona Chita viven tan felices, sin sospechar que Jane va a entrar en sus vidas.
Es una montaña imposible, hecha de cartón piedra. Pero me impresionó tanto de niño... que me queda la duda de que acaso mis andanzas por las montañas de verdad no sean otra cosa que la búsqueda inconsciente de aquel recuerdo infantil. Aún antes de que los viajes - menos de los que yo hubiese querido - ensanchasen mi idea del mundo, las sesiones en el cine de mi barrio (cinco pesetas tres películas)ya me habian dejado ver - y desear- algunas de las maravillas que algún dia podria conocer.
¿Y a mi que más me da que aquel fuese un paisaje de cartón piedra? Para mi era real. Y cosa curiosa... el Cerro Torre, el impresionante Cerro Torre de verdad, el de la Patagonia, el que aparece en Grito de piedra de Werner Herzog... aún visto de mayor y sabiendo que es el auténtico, acabó por parecerme un mal efecto especial. Quizá la diferencia no esté en los materiales con que se construye el decorado, sino en el gancho de la propia historia. Y Tarzán, que sigue siendo una obra maestra, tiene mucho más gancho que aquel bodrio pretencioso rodado en la auténtica Patagonia.
martes, 18 de noviembre de 2008
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