En ocasiones una escena aislada de una película tiene tanto éxito que se convierte en el icono del film entero y eclipsa otros momentos no menos interesantes. Del Amarcord de Fellini recordamos sobre todo la escena de la tetuda (es incluso el motivo del cartel), pero si la revisamos, acabo de hacerlo recientemente, nos damos cuenta que contiene muchas más joyas. Me gustaría llamar la atención sobre la secuencia del colegio.
A los chavales de ahora puede parecerles marciana. Yo pertenezco a la última promoción del plan del 57, extinguido tras la entrada en vigor de la Ley General de Educación promovida por el ministro Villar Palasí y aprobada en 1969. Fuí alumno de los escolapios, desde primero de primaria hasta C.O.U. Y aunque la escena representa los años 40 italianos, no deja de resultarme una vivencia familiar. Aqui la tenéis:
Dejando aparte la nostalgia -hasta los peores recuerdos se vuelven dulces con los años - me gustaria comentar un par de cosillas desde el punto de vista cinematográfico. La escena, además de divertida, tiene su miga.
En primer lugar me rindo ante el talento de estos dos secundarios, de los que desgraciadamente ignoro el nombre. No tienen más papel en el film que estos breves segundos. Pero son unos segundos magistrales. Sirva este post como homenaje a ellos. Ya he dicho en otra parte que por pequeño que sea un papel no es bueno confiarlo al primero que pase por allí. El casting hay que cuidarlo hasta para estas secuencias tan "humildes". Pero hay mas...
Los manuales de guión definen el subtexto como aquello de lo que realmente trata la escena, más allá de lo que se dice o hace en ella. No nos importa en que año se retiró Agripina, ni por que fué importante Giotto en la pintura italiana. Lo que estamos viendo es una crónica viva del tedio, que asalta por igual a alumnos y profesores.
La presencia de un subtexto es enriquecedora no porque complique los significados ocultándolos tras lo que se ve en escena sino porque es la parte "interpretable". Un actor sin subtexto no tiene nada que aportar. Simplemente recita el texto sin tropezar con los muebles, como sugeria Spencer Tracy. Pero su trabajo cobra todo el sentido cuando, bajo las palabras y las acciones explicitadas en la pantalla o en el escenario, hay otra cosa: algo que sólo aflorará con su buen hacer. Ni el director ni el guionista pueden sustituir esa chispa, tan sólo han de procurar crearle estas ocasiones. En esta escena ni Agripina ni Giotto pintan gran cosa. No es de eso de lo que nos habla Fellini. Don federico era un genio, pero en muchos momentos su genialidad reposa sobre el trabajo de otros genios anónimos, como estos dos grandísimos actores que interpretan a los maestros.
El otro punto que merece la atención es el delicado juego gestual de que se sirve Fellini para obligarnos a mirar la pantalla. Hay tanto suspense en esa ceniza -¿caerá? ¿no caerá? - como en los mejores momentos de Hitchcock. Y el ir y venir del bizcocho... simplemente magistral.
He vuelto a disfrutar de Amarcord, después de años sin verla. Y me he convencido, un poco más aún de lo que ya lo estaba, de la importancia de un casting bien hecho.
jueves, 20 de noviembre de 2008
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